Querida Paloma
Esta es la carta que una madre nunca tendría que escribir, pero tengo que hacerlo, en este momento me he convertido en los ojos, las manos y el pensamiento de mi hijo. Él así lo quiso y yo tengo que hacerlo.
Mi hijo, mi querido y añorado Carlos, nació con parálisis cerebral, algo que le condenó a estar sujeto a una silla de ruedas, a no poder hablar, a mover los brazos con dificultad, sólo su cerebro parecía estar medianamente bien. Al menos nos entendía y se hacía comprender cuando pretendía lago. Puedes imaginarte lo que eso supone para unos padres. De pronto, el mundo se derrumbó a nuestros pies, nos encontrábamos atrapados en un callejón sin salida.
Pero el ser humano se acostumbra a todo, incluso al dolor más profundo, y con el paso de los años, Carlos pasó a convertirse en el centro de la familia; nos necesitaba a todos y todos lo necesitábamos a él, hasta el punto, que ya no concebíamos la vida sin su presencia.
Cada mañana, yo le acompañaba al autobús que le llevaba a la escuela donde asistía junto a otros chicos que padecían la misma enfermedad.
Pasó el tiempo, Carlos cumplió quince años. Un día lo vi más agitado que otras veces, sonreía constantemente y sus ojos brillaban de manera especial. No le dí la menor importancia. Después, me di cuenta de que esa mirada cargada de ilusión, sólo aparecía cuando estábamos esperando el autobús. Aquello despertó mi curiosidad y una mañana seguí la trayectoria de su mirada. Allí estaba el motivo de esa felicidad; una bonita melena rubia ondeando al viento, una figura joven y perfecta enfundada dentro de unos ajustados pantalones.
Mi hijo se había enamorado.
Sentí una punzada en el corazón, la pena y la alegría se cruzaron en mi interior; dos sentimientos opuestos que no sabía muy bien como encauzar.
Carlos, gracias a ti, era feliz y fue contagiándome de esa felicidad. Era un amor en silencio y a distancia, pues jamás entre vosotros se cruzó una sola palabra.
Un día, por medio de señas, como hacía siempre que deseaba hacerse comprender, me fue marcando varias palabras. Yo las iba anotando en un papel y se las mostraba, él afirmaba o negaba si me había equivocado. Entonces comprendí que lo que intentaba hacer era escribirte una poesía. Un poema que posiblemente nunca llegaría a tus manos, pero que él necesitaba escribir. Fui juntando las palabras y comprobé asombrada lo profundo que eran sus sentimientos.
Eres como la luz que aparece en la oscuridad
como una flor que nunca se marchita
como la semilla que florece para hacerme soñar.
Lloré sobrecogida entre la alegría y la pena.
Poco a poco averigüé que te llamabas Paloma, que ibas al instituto y cogías el autobús en la esquina siguiente, por eso cada día y a la misma hora pasabas por delante de Carlos y él se quedaba embelesado, esperando impaciente que amaneciese el siguiente día.
Hasta que una mañana no llegaste sola, sino que venías acompañado de un chico, ibais cogidos de la mano, reíais y os mirabais a los ojos con inmensa ternura. Una de las veces, os disteis un beso.
Miré a Carlos, y observé como la sonrisa se helaba en sus labios y sus ojos se apagaron de repente. Días más tarde, adiviné que no era que estuviese celoso, simplemente es que de golpe había comprendido que él nunca sería como los demás jóvenes. De pronto había dejado de ser el niño mimado de mamá para convertirse en un hombre. Un hombre que podía amar, pero que nunca podría ser amado.
Aquel invierno se resfrío; un resfriado que derivó en una neumonía, algo bastante frecuente en él. Debido a sus limitaciones, la mucosidad se le quedaba atrapada en los bronquios y la mayoría de las veces terminaba convirtiéndose en neumonía, pero era un chico fuerte y con los antibióticos se recuperaba enseguida.
Está vez, sin embargo, no mejoró, por lo que tuvo que ser hospitalizado. Pese a ello, la situación de Carlos cada día se agravaba más: mascarillas, oxigeno…los médicos no sabían que hacer:
-Es que Carlos no está colaborando – había dicho el médico.
Miré a mi hijo y a través de su mirada me trasmitió el mensaje:
-Mamá he dejado de ser un niño, soy un adulto, pero el mundo de los adultos no es para mí. Por favor, no me condenes a vivir como un vegetal, deja que parta feliz con el recuerdo alegre de Paloma.
Y una vez más, me fue trasmitiendo esas palabras cargadas de sentimiento que deseaba que yo escribiese:
Apareciste de repente, llenando mi vida de un canto dulce,
que aunque suene bien nunca podré trasmitirte
Solo te amé en la distancia y el silencio.
Eres como la noche plagada de estrellas, tan cerca y lejanas a la vez
podré volar, podré verte, acariciarte, podré quererte.