Mi Semana Santa comienza con el aroma del azahar que invade cada rincón de mi ciudad, a su vez, se une con el olor a vainilla, harina y huevos batidos que se escapa de cada ventana abierta. Las tradicionales monas de pascua y el arnadí están presentes en cada hogar; ellos son los preludios anunciadores de la Semana Santa; sin duda, la semana más importante del año, sin embargo, no se define como hermosa, ni rica, ni poderosa, sino como Santa, el calificativo más grande que se le puede atribuir a unos días muy especiales del año, porque es, en la Semana Santa cuando se vive el misterio más entranable que encierra la grandeza de la humanidad.
En breve se va a celebrar la Pascua de los judíos, pero también la de los cristianos, Pascua significa Paso, es el paso donde la luz barre las tinieblas, y la muerte es vencida por el triunfo de la vida. Pero para llegar a ello, antes hay asistir a la Pasión y Muerte de Cristo, hechos que quedan altamente representados en esa Semana Santa que desde tiempos remotos se viene celebrando en muchos pueblos y ciudades de España. Alzira es una de esas ciudades.
Antes de llegar al Viernes Santo y buscando el acercamiento más entrañable al misterio de la muerte del Redentor, en mi cuidad tiene lugar la elaboración de los doseles. Auténticas obras de arte, cuya misión es dar cobijo a las distintas imágenes, y en ellos quedan representados variadas escenas de lo que sucedió en Jerusalén hace más de dos mil años. Estos trabajos corren a cuenta de los Clavarios Mayores de las distintas cofradías. La palabra clavario viene del latín clavis que significa llave, porque en esos días de la Semana Santa, los clavarios tienen la llave que guarda tan preciosos tesoros, un privilegio del que nos sentimos muy orgullosos aquellos alcireños que hemos tenido el privilegio de ostentar dicho cargo.
La noche cae sobre las calles, son noches estrelladas y en medio de un cielo limpio de nubes, luce Luna Llena, el frió azota el rostro de los caminantes, pues todavía la primavera se perfila lejana. Por todos los rincones se escucha el retumbar de los tambores, no son tambores de guerra, sino que, su eco se esparce como un lamento anunciador de los terribles sucesos que ocurrieron.
Comienza la precesión, las calles se iluminan con la luz pálida de las velas, los encapuchados desfilan silenciosos, acompañando las imágenes que nos reflejan las últimas horas del Cristo Crucificado. La música suena despacio, interrumpida de vez en cuando por la voz quebrada de una saeta.
Y es en esta procesión del Viernes Santo, cuando yo siento lo que para mí significa la verdadera Semana Santa. En cada uno de los pasos entronados sobre ricas custodias, representan la pasión, la agonía, la muerte del Señor, y aquello que sucedió hace tantos años, en Alzira se nos vuelve a revivir cada primavera.
Cuando la procesión sale a la calle, no es tan solo un ritual impuesto por las tradiciones que con el paso de los años hemos heredando de nuestros mayores, sino que, nos están recordando el tormento que padeció Jesús y ese mismo sufrimiento también alcanzó a María, pues como Madre cada azote, cada caída de su hijo le traspasan el corazón, como si ella misma lo estuviese padeciendo.
Es precisamente en estos días, si por cualquier circunstancia nos sentimos abatidos, es el momento de recordar que no estamos solos, que antes Cristo nos marcó el camino y la esperanza brotará en nuestros corazones como el trigo en los campos de cultivo.
En la Semana Santa de mi ciudad, desfila en primer lugar el paso de la Última Cena, en ella se nos muestra a través de sus imágenes, la festividad más importante del pueblo judío, es la noche en que se reúnen las familias para recordar la salida de Egipto de los hebreos. Pese a ello, Jesús no puede participar de la alegría de aquella cena, porque sabe que entre aquellos que dicen ser sus amigos muy pronto lo van a traicionar, y lo dejaran solo cuando Él más los necesita. Sin embargo, la historia se repite y hoy como entonces ¿quién no se ha visto alguna vez traicionado por su mejor amigo, incluso por su propio hermano?
Era costumbre hebrea que para la cena de la Pascua, se sacase la mejor copa de la casa para beber el vino, en mi Semana Santa queda representada por el Cáliz, a través del cual quedó establecida la Eucaristía. Jesús de manera simbólica quedará unido a la humanidad a través de los tiempos.
Se detiene ante nosotros el paso de la Oración en el Huerto de los Olivos, Jesús siente miedo, es consciente del tormento que va a sufrir y como cualquier ser humano, le suplica al Padre que si es posible aparté de Él ese cáliz. En esos momentos de angustia, Jesús no quiere estar solo y se lleva a tres de sus discípulos más allegados, pero ellos ajenos al sufrimiento de su Maestro, pronto se quedarán dormidos. ¿Quién no ha vivido alguna vez, esa noche previa a una intervención quirúrgica muy complicada? de la que piensas que a lo mejor ya no te vas a despertar, al igual que Jesús tampoco puedes dormir, sin embargo, tus familiares posiblemente sí lo hacen y te quedas solo con el silencio del miedo.
Judas entrega a su Maestro por treinta monedas de plata, es la traición más vil y cobarde, una traición que continua repitiéndose, Judas una y otra vez se hace presente en nuestras vidas y el hombre traiciona, se vende a cambio de dinero o poder.
Los pasos de mi Semana Santa siguen desfilando, vemos a Jesús como es injustamente azotado y para más burlar, le ciñen a sus sienes una corona de espinas. Pese a lo doloroso del tormento, Él no se rinde, no se defiende, cosa que altera aún más a los mandatarios que por encima de todo, desean verlo humillado. Poncio Pilatos presiente que es inocente, pero es incapaz de levantar la voz, de imponerse ante los gritos enloquecidos de la población y se lava las manos. Un hecho que continuamente y por desgracia se sigue repitiendo en nuestra sociedad, ante una injusticia es mucho más cómodo mirar hacia otro lado.
Pasa Jesús Nazareno con la cruz a sus espaldas, es un madero muy pesado, en él están contenidos todos los pecados de la humanidad y Jesús tiene que llevarla a cuestas camino del Clavario. Cuantas personas en algún momento de nuestras vidas también nos hemos visto obligados a cargar con una pesada cruz. Pero hoy nace el consuelo, la Semana Santa nos muestra a un Nazareno inocente, obligado a arrastrar el madero; pensemos entonces que no estamos solos, Él ira delante y nos ayudará al igual que hizo el Cirineo a llevar esa cruz con valentía y resignación.
El sudor envuelto de sangre inunda el rostro de Jesús, y entre toda la muchedumbre, será precisamente una mujer la que con toda valentía limpie su cara de dolor.
Los pasos se suceden, Jesús ha llegado a su destino, le despojan de su túnica, un silencio sobrecogedor envuelve el ambiente, es el silencio que precede a la muerte; tan solo se oye el golpe seco del martillo cuando le clavan los tres clavos; momentos intensos, aterradores, duros, incomprensibles… que todos alguna vez hemos sentido, cuando vemos morir a un familiar muy querido y nos sentimos impotentes ante lo inevitable.
Van desfilando las imágenes que forman mi Semana Santa. Cristo desde la cruz aún saca fuerzas y lanza al viento y quedan atrapadas entre las montañas las siete palabras y entre ellas, quizás la más importante, el perdón para todos aquellos que le están crucificando. Jesús sabe que sin el perdón es imposible avanzar y Él perdona para que también nosotros llegado el momento sepamos hacerlo.
Jesús es descendido de la cruz y María lo recibe en sus brazos; una Madre invadida por el sufrimiento, cuyo corazón está atravesado por un puñal y que nosotros llamamos, Virgen de los Dolores, no hay dolor que se pueda igualar al de una madre que ve morir injustamente a su hijo. María desea retenerlo en sus brazos, limpiar la sangre que ya se ha secado en su rostro, darle el último abrazo, el último beso. Este Paso como ningún otro de mi Semana Santa, está dedicado a todas aquellas madres que han perdido a un hijo y siente el mismo dolor que sintió María. Cuando esta Imagen pase por vuestro lado, pensar que la Virgen os comprende, os abraza y os envuelve con el manto de la esperanza.
La procesión continúa, Jesús yace en el interior del sepulcro, ya no hay dolor ni sufrimiento, descansa en paz hacia su última morada. María en medio de su soledad camina con el manto negro arrastrando su pena. La noche es oscura, envuelta entre tinieblas, las mismas tinieblas, las mismas preguntas sin respuestas que nos acompañan cuando caminamos en silencio detrás del cuerpo sin vida de ese familiar que tanto queríamos.
Mi Semana Santa, a la que tantas veces he contemplado, finaliza con una cruz de madera vacía, a través de ella se nos trasmite que ya está todo consumado. En pocas horas sucederá la Resurrección, el paso de las tinieblas a la luz, el triunfo de la vida sobre la muerte.
Eso es para mí la Semana Santa, una conmemoración de lo que sucedió hace más de dos mil años, y que los alcireños tenemos la suerte de revivir cada año. Son momentos de reflexión, de recordar la Pasión y a través de ella encontrar el consuelo a nuestro propio dolor.
Cristo ha resucitado, la cruz sobre el monte yace vacía. El sol ha disipado todas las sombras, brotan los torrentes de agua, las flores cubren de color las campiñas, ha nacido una nueva primavera, la misma que nos devuelve la esperanza en el camino de nuestras vidas.